lunes, 9 de julio de 2012

Un país de pandereta? éso lo serán otros...


Últimamente estoy leyendo más a menudo de lo normal, la expresión "Un país de pandereta", y es cierto que la situación en la que nos encontramos, al menos a los empresarios serios y competentes con los que trabajo, el estado de percepción de lo que hace el país por nosotros evoca irremediablemente a este tipo de expresiones con solera.

No nos hallamos ante la España del boom del turismo donde un Español ingenuo, inculto y sin más mundo que las fiestas de su pueblo, ante un turista más o menos igual que él pero con dinero para moverse, va forjándose un complejo de inferioridad que acaba acuñándose en este tipo de expresiones, pero sí que da la sensación de que el tipo de gestión que estamos viviendo, la escasa creatividad y valor de un gobierno para solucionar algunos de los problemas que esta globalización nos lleva a pensar si no estaremos de nuevo en ése modelo cerril y corto de miras que pretende resolverlo todo con una eurocopa o un campeonato de fórmula 1.

Vemos alternativas muy interesantes que nos hablan de un modelo de sociedad más equitativo y sostenible (http://www.economia-del-bien-comun.org), y movimientos que nos animan a participar en las decisiones sobre la gestión del país, y creo que cada vez más debemos intentar alinearnos con estas iniciativas.


Pero sobretodo estamos ante una situación que debe ser resuelta por los empresarios y los ciudadanos de a pie, pero sobretodo por unos empresarios que hemos llegado hasta donde estamos a base de esfuerzo, creatividad, valor, autoestima y todo tipo de virtudes propias de alguien que trabaja para él y para su sociedad.

Cuando hablo con los empresarios que vienen a nuestros seminarios (www.pildorasempresariales.com) siempre les animo a que cojan las riendas y a que no esperen que los demás resuelvan sus problemas, pues si nos esperamos a que los demás lo hagan , a lo mejor ellos saldrán adelante, pero lo más normal es que si lo hacen, será a costa de nuestra desaparición.

La solución recae en nosotros y en el tesón que hemos estado demostrando hasta el día de hoy para demostrar que somos capaces de acabar con esta panda de inútiles que sólo saben sacar la cabeza ante sus congéneres cuando ganamos algún partido de fútbol, pero incapaces de tomar decisiones y manifestar un poco de valor por sus conciudadanos en los momentos difíciles, totalmente ocupados en mantenerse para no ahogarse en esa amalgama de favores , chanchullos y mediocridad que ellos mismos han creado.

Como dijo José Luis Borges, "El futuro no es lo que va a pasar sino lo que voy a hacer", y éso es exactamente lo que los empresarios hemos hecho desde que se creó el mundo, y es crear nuestro futuro, así que no nos traicionemos a nosotros mismos y aprovechemos el potencial de un país que tiene mucho más que futbol y coches de carreras.

Estamos ya lejos de ése país de pandereta, porque aunque la clase política se empeñe en no dejar de serlo, hay señores un tejido de empresarios que no vamos a dejar que lo que hemos conseguido, ahora lo echen a perder la mediocridad y la cobardía.

Y para ilustrar lo escrito, adjunto un artículo que me ha parecido muy acertado donde he visto de nuevo acuñaba esta expresión y que me ha dado por escribir este post.

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Periodismo de opinión en Reggio’s

Auto suicidio, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia

A ver. Pensemos. Si el peor enemigo de un país diseñara un plan para destruir su economía, ¿qué haría? Pues supongo que intentaría desacreditar sus instituciones más importantes para sembrar la desconfianza entre los ciudadanos y que estos dejaran de consumir e invertir.
La estrategia podría empezar por desprestigiar a la primera autoridad (sea rey o presidente de la república) llevándole a cazar elefantes con una señorita alemana. En medio de la cacería le obligaría a resbalar y a romperse la cadera para que tuviera que volver urgentemente a su país. Así todo el mundo vería cómo se gasta decenas de miles de euros en un momento en que sus conciudadanos se hunden en la miseria. Para rematar la faena, forzaría a un familiar próximo (por ejemplo, un yerno) a apropiarse de millones de euros explotando su influencia y luego expondría sus travesuras a la luz pública. Es importante empezar sembrando dudas sobre la conveniencia de mantener en el poder a la primera familia del país.
A continuación exigiría a los miembros del Parlamento que siguieran una regla simple: “Vota siempre lo contrario de tu adversario incluso cuando tiene razón e incluso cuando propone lo mismo que proponías tu en la anterior legislatura”. Es crucial que la ciudadanía pierda la confianza en su clase política.
Seguiría con los más altos órganos del poder judicial. Por ejemplo, haría que el presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial se gastara dinero público para pasar fines de semana románticos en la Costa del Sol con su chófer (masculino). Una vez malversado el dinero filtraría las facturas para desatar el escándalo y, acto seguido, haría que los jueces compañeros pusieran trabas a la investigación para proteger a su amigo. Intentaría que eso pasara justo en el momento en que alcaldes, presidentes de comunidades y parlamentos y altos cargos de las administraciones del Estado están siendo juzgados por corrupción… ¡por esos mismos tribunales! La desconfianza en la justicia es el mecanismo más seguro para hundir a un país.
Una vez desacreditado el jefe del Estado, las altas esferas de la política y la justicia, iría a por las élites económicas. Aquí se podría lanzar un ataque contra uno de los empresarios más prestigiosos del país, posiblemente un banquero, destapando unas cuentas con miles de millones de euros en Suiza y, una vez destapado, haría que el Gobierno no le castigara. Además, indultaría a uno de sus altos ejecutivos previamente condenado por sentencia firme.
El siguiente paso consistiría en dilapidar miles de millones de euros de dinero público para evitar la quiebra de unos bancos y cajas por amigos, parientes y correligionarios políticos. Y lo haría justo en el momento de pedir sacrificios y recortes de miles de millones a los ciudadanos. Es esencial que la gente confunda libre mercado con amiguismo incestuoso entre poder empresarial y político.
Sin abandonar el terreno económico, obligaría al Banco Central y a la Comisión Nacional del Mercado de Valores a autorizar la salida a bolsa de uno de los mayores Bankios del país, a sabiendas de que estaba arruinado. Eso haría que miles de ciudadanos perdieran sus ahorros comprando acciones de una empresa que ya estaba muerta antes de nacer. Para hundir a un país, hay que conseguir que la gente de a pie pierda sus ahorros y que las entidades supervisoras que (en teoría) les protegen, contribuyan a su ruina.
Y finalmente, pondría a un gobierno incompetente a la hora de gestionar problemas económicos. De hecho, lo haría durante dos legislaturas seguidas y con partido distinto en cada una de ellas. Eso demostraría que la incompetencia no es de un solo partido sino de la clase política en su conjunto. Los sucesivos gobiernos negarían las crisis económicas y echarían la culpa de todo a los extranjeros malignos. Como traca final, haría que las autoridades europeas rescataran al sistema bancario del país y obligaría al presidente del Gobierno a negar repetidamente que se trata de un rescate. También le forzaría a mentir argumentando que el rescate no tiene condiciones (o sólo “condiciones favorables”), cosa que los mismos europeos negarían unas horas más tarde. Eso refrescaría la memoria de todos, recordándoles que quienes mandan son los mismos que mintieron con los “hilillos de plastelina” y las “dos vías de investigación”. Es más, cuando la sociedad pidiera la comparecencia del presidente ante el Parlamento para dar explicaciones, le obligaría a decir (sin que se le escapara la risa) que su agenda internacional está tan llena que no hay tiempo para ir al Parlamento… y acto seguido cogería una avión oficial y me lo llevaría a ver un partido de fútbol con cargo al contribuyente. La mofa y el escarnio llegarían a todos los rincones del planeta: “You say tomato, I say bailout”. Esa sería la puya final ya que, unida al desprestigio de todas las grandes instituciones del país, eliminaría toda esperanza de salir del profundo agujero. Los ánimos de la ciudadanía se hundirían, por fin, en la más profunda depresión.
Y ese sería el plan que diseñaría el peor enemigo de uno. ¡Sí! Ya sé que es tan retorcido, maquiavélico y exagerado que parece improbable que nadie nunca lo pueda llevar a cabo… Pero nunca digas nunca porque siempre puede aparecer un país de pandereta cuyo peor enemigo sea él mismo y cuyas instituciones, todas y cada una de ellas, estén dispuestas a desprestigiarse a sí mismas ante el asombro del mundo entero, para conseguir el objetivo común: ¡el autosuicidio!
Xavier Sala i Martín, Universidad de Columbia, UPF i Fundació Umbele.
www.salaimartin.com



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